Blog Post

¿Conoces la historia de Ana?

  • Por Sonia Pérez Vara
  • 02 oct, 2018

A veces el rechazo a la lectura no está relacionado con la pereza

¿Te imaginas que cada vez que te comenzaras a leer un texto, al cabo de unos pocos instantes, empezaras a ver las letras borrosas? ¿Serías capaz de leer un libro en esas condiciones? ¿Cuál crees que sería tu rendimiento? ¿Cómo te sentirías si todos pensaran que sólo quieres llamar la atención? Los problemas de acomodación visual cada vez son más comunes entre los niños. Por eso, hoy te contamos la historia de Ana.

 Ana tiene 7 años y cursa segundo de primaria. Tiene dos hermanos: Lucas, de 5 y Lucía, de 2. Os contamos esto porque el rendimiento escolar de Ana no era muy bueno y tanto su tutor como sus padres pensaban que podía ser una estrategia para llamar la atención.

 Ella se sienta delante, justo al lado del encerado desde que visitó al oftalmólogo, ya que siempre se había quejado de no ver bien. Los resultados de los test visuales fueron buenos y no parecía necesitar gafas: veía bien de lejos y de cerca. Pero, si todo parecía normal, ¿por qué contamos su historia? ¿de dónde puede venir su bajo rendimiento escolar si sólo está en 2º de primaria? Eso mismo nos preguntábamos nosotros, así que decidimos, junto con ayuda de sus padres y tutor, hacerle un estudio. El estudio recogió una decena de sencillas pruebas y test: inteligencias múltiples, audición, visión, lectura y escritura, motricidad… Y allí encontramos muchas respuestas.

 Ana resultó ser una niña increíblemente creativa, inteligente y muy curiosa. Durante la realización del test de lectura, ocurrió algo que nos llamó la atención: a los pocos minutos de comenzar a leer, llevó el papel hacia sus ojos para, al instante, decir: ‘ya no puedo leer más, estoy viendo borroso’. El tutor nos había advertido que intentaría evitar leer, por lo que optamos por preguntar a Ana. No le gustaba leer, eso estaba claro, aunque había encontrado un libro que había conseguido llamar su atención: ‘Diario de Greg’. Cuando leía en casa, seguía las líneas con la ayuda de un hilo y, cuando las letras se le ponían borrosas, bajaba al baño a mojarse los ojos. ¡Era un remedio infalible! En cuanto subía a su cuarto, ya que vivía en una casa de dos plantas y su habitación se encontraba en la planta de arriba, ya no veía borroso y podía continuar con la lectura.  

 ¿Qué le estaría pasando a Ana?

Ana había sido una niña muy tranquila desde que nació y comenzó a andar muy rápido, sin pasar por la fase de gateo. Este hecho a sus padres les llenó de satisfacción: ¡qué inteligente era que no había necesitado gatear! Pero, lejos de ser una proeza, este hecho indicaba que su desarrollo motor no había sido el adecuado (de hecho tenía activos varios reflejos primitivos que deberían haber estado inhibidos antes de los tres años y medio), repercutiendo en su desarrollo visual. Los músculos oculares no tenían el suficiente tono para realizar una acomodación sostenida, haciendo que pudiera pasar de lejos a cerca de forma natural pero que los músculos no aguantaran la tensión del cristalino (la lente que tiene la función de permitirnos enfocar bien de lejos y de cerca), y la llevaran a ver borroso al cabo de un rato.

 Este problema, corregible gracias a terapias neuromotoras, y de optometría comportamental, es cada vez más frecuente entre los niños en edad escolar y se tiende a detectar cuando comienzan la etapa de primaria (momento en el que dedican mucho más tiempo a leer y escribir). Desgraciadamente, muchos de los casos no suelen detectarse de forma correcta, generando mucho estrés y sentimiento de incomprensión en los niños, lo que suele derivar en  frustración y pocas ganas de hacer las tareas o estudiar.

  ¿Cómo detectarlo?

·        Si se queja de dolores de cabeza cuando lee.

·        Si siente rechazo hacia la lectura ya en edades tempranas.

·        Si cuando lee, parte de una distancia normal pero poco a poco se va acercando al papel.

·        Si al cabo de unos minutos leyendo ve borrosas las letras.

 

¿Qué hacer?

 Lo más habitual es recomendar a los alumnos o llevar a nuestros hijos de visita al oftalmólogo. Éste, en un sencillo examen rutinario, valorará la visión de lejos y de cerca, si el niño distingue el rojo y el verde (daltonismo) o si tiene algún otro problema considerado ‘habitual’ en la vista. En muchos casos nos dirá que el niño ve bien y que todo está dentro de la normalidad, pero no se habrá forzado la vista en situaciones ‘cotidianamente escolares’ como para descubrir el problema de acomodación.

La figura del optometrista comportamental hará un completo estudio en el que verá cómo funcionan los ojos en tareas concretas, como son la lectura y la escritura. Verá si los ojos se mueven adecuadamente y la funcionalidad visual es la correcta.

En algunos casos, incluso, será necesaria una terapia que ayude a recuperar aquellas fases motoras que no se llevaron a cabo en el momento adecuado (entre el nacimiento y los 6 años). Esas terapias de inhibición de reflejos primitivos, de patrones motores o de definición de lateralidad ayudarán a poner los cimientos y a calibrar los sentidos de la manera adecuada. Si el problema es más serio, ayudará a preparar una base para que otros especialistas puedan hacerlo.

 Es importante tener en cuenta que los niños, sobre todo en los primeros años, suelen tener gran inquietud y curiosidad por el mundo que les rodea, por aprender y por experimentar. Cuando esto no ocurre de forma natural y habitual, es posible que haya ‘algo’ que esté bloqueando ese acercamiento entre el niño y el aprendizaje. Está en nuestras manos ayudarles a sacar todo el potencial que hay en su interior.

Compartir

Por Sonia Pérez Vara 02 oct, 2018
Memorizar para el momento no es realmente memorizar, al menos a largo plazo. La curva del olvido explica cómo se forma la memoria a largo plazo y cuáles son los tiempos de procesamiento por parte del cerebro.
Por Sonia Pérez Vara 02 oct, 2018
Recibir de forma correcta los estímulos visuales es necesario para procesar de la forma adecuada la información recibida, repercutiendo directamente en el rendimiento escolar.
Por Sonia Pérez Vara 02 oct, 2018
Cada vez que hay cambio de gobierno hay dos sectores que tiemblan a la espera de los cambios que les suelen afectar de forma directa: sanidad y educación. En el presente post no se va a hablar de sanidad. Tampoco de política. El objetivo es recoger en las siguientes líneas la relación existente entre movimiento y aprendizaje.

     Seguro que hemos podido vivir de primera mano, en nuestra etapa escolar, el valor que se le daba a la educación física: esa asignatura que todos (o casi todos) aprobábamos con buena nota y que era la preferida de muchos porque no requería de que resolviéramos las tareas a través de una ecuación o de una redacción. Valorada por los alumnos y descalificada por la sociedad en general (padres, profesores…), era la asignatura que se sacrificaba en pos de otras consideradas más importantes, como las matemáticas o el lenguaje. Pero, ¿sabemos exactamente qué aporta el movimiento al aprendizaje?

   Son muchos los estudios que demuestran que, en contra de lo que pudiéramos creer, el movimiento y el aprendizaje están relacionados íntimamente. ¿Cuál es la explicación a esta afirmación? Muy sencillo. Dependiendo del tipo de movimiento que realice nuestro cuerpo éste es controlado por unas zonas del cerebro u otras. Así, los movimientos más sencillos se realizarán desde las zonas subcorticales y los más complejos serán llevados a cabo gracias a la  corteza motora. Aunque parezca increíble, son las mismas áreas que las que participan en los procesos de aprendizaje. De esta manera, si los movimientos se han trabajado, adquirido, interiorizado y automatizado de forma correcta, esa zona quedará libre para que se puedan llevar a cabo otras tareas como, por ejemplo, el proceso de adquisición de la lectura o de la escritura, básicos en la etapa escolar.
 
    Pero no solo son éstas las zonas que están involucradas en el movimiento y el aprendizaje, otras zonas como el cerebelo, el sistema vestibular o el sistema activador reticular, van a influir en aspectos como el equilibrio, la coordinación, la postura, el movimiento, la percepción espacial, la memoria o la atención. Asimismo, diversas áreas del lóbulo frontal, como son el córtex prefrontal y las zonas dorsolaterales, van a intervenir en ambos aspectos, dando lugar a la resolución de problemas, la planificación y la secuenciación de los procesos a la hora de hacer o aprender cosas nuevas.

     Por consiguiente, si se diese a la educación física y al movimiento la importancia que tiene, facilitaríamos que esas zonas cerebrales quedaran libres para otras tareas de nivel superior como son el razonamiento, la atención o el lenguaje.

Por Sonia Pérez Vara 02 oct, 2018
Importancia de la integración sensorial en el aprendizaje
Por Sonia Pérez Vara 12 dic, 2017
Si tu hijo sufre de otitis o catarros frecuentes, presta especial atención, su aprendizaje del lenguaje puede estarse viendo comprometido.
Share by: